Mariposas multicolores, delicados aros, elegantes marcadores de libros, alegres ramilletes de flores son sólo algunos ejemplos del amplio abanico de piezas tejidas por las hábiles manos de las artesanas en crin de caballo. Único en el mundo, este arte nació hace más de doscientos años en Rari, una pequeña localidad con casas de adobe, ubicada en la precordillera de la Región del Maule, a 22 km. de la ciudad de Linares.
Los inicios: raíces de sauce de río y álamo
Los orígenes de la artesanía en crin se encuentran estrechamente ligados a la cestería precolombina de la zona y a las fuentes de agua termal de Panimávida descubiertas a principios del siglo XIX. La tradición oral cuenta a través de diversas leyendas cómo surgieron las primeras piezas. En todas ellas, los protagonistas emplearon las raíces de los árboles del río para elaborar canastos. Efectivamente, es posible determinar el inicio de esta tradición artesanal a fines del siglo XIX, cuando mujeres de la zona comenzaron a emplear las finas y largas raíces de sauce y álamo del río, que una vez limpias y peladas, se trenzaban para dar forma a distintas piezas. La artesanía local tuvo como gran aliado las termas de Panimávida, cuyas sanadoras aguas y barros atraían desde el siglo XVIII a turistas y veraneantes, a quienes las artesanas de Rari, localidad ubicada a 1 km. de las termas, vendían sus piezas.
El auge de las Termas de Panimávida y la evolución de la artesanía
A partir del siglo XX Panimávida adquirió gran celebridad en la sociedad chilena. En 1915, con el presidente Barros Luco, se instaló la tradición que los presidentes vacacionaran en las termas, las que se convirtieron en el destino obligado de la alta sociedad y de importantes artistas de la época, como el destacado tenor Ramón Vinay. Desde fines del siglo XIX se instaló junto a las termas una embotelladora. El agua mineral Panimávida, premiada por sus cualidades benéficas, se distribuía a todo el país alcanzando incluso las lejanas oficinas salitreras del Desierto de Atacama[1]. Fundamental fue en este contexto el así llamado “tren chico” que a partir de 1914 conectaba Linares con Colbún. Hacía una parada en Panimávida, permitiendo el transporte de pasajeros que visitaban las termas y de las cajas con la valiosa agua mineral.
La celebridad de las termas permitió que las artesanas de Rari pudieran vender las piezas que elaboraban. A pie o en carreta las mujeres se trasladaban a Panimávida con sus canastos y ofrecían sus trabajos de cestería junto a otros productos artesanales y agrícolas en los quioscos ubicados en la plaza, en los alrededores de la iglesia o en la entrada de las termas. Otras vendían sus piezas en la estación de Linares, las que a su vez se ofrecían a los pasajeros del tren.
A partir de la década de 1930 ocurrió un fenómeno que llevó a que surgiera la artesanía en crin de caballo que se conoce hoy en día: la contaminación de las aguas del río debilitó de tal manera las raíces, que las artesanas ya no las podían emplear para el tejido de sus piezas. Fue entonces que producto de la creatividad y experimentación las mujeres descubrieron que la crin de caballo -animal muy frecuente en esta zona- ofrecía una excelente alternativa a las raíces. Más aún: su flexibilidad permitía la confección de piezas mucho más delicadas.
Para dar estructura o armazón a las creaciones, las raíces comenzaron a ser reemplazas mediados del siglo XX por el “itxle” o “tampico”, una fibra vegetal proveniente de México y que las mujeres conocían, pues se empleaba en artículos de limpieza como escobas y cepillos para lavar ropa. De esta combinación de crin y “vegetal” -como lo llaman las artesanas- surgieron las más diversas figuritas: mariposas, flores, brujas, damas antiguas y animales, como lagartijas, burros, entre muchos otros. Dadas las características del ixtle -más corto que las raíces- las figuras comenzaron a ser más pequeñas y finas. Posteriormente, la crin se comenzó a teñir de colores con tinturas naturales y tiempo después con anilinas para hacer más atractivas las creaciones. Según cuenta la tradición popular, la falta de oferta de crin llevó a que "coleros" o ladrones de colas, entraran de noche a los potreros y cortaran las colas a los caballos para vendérselas a las artesanas[2].
A mediados del siglo XX ocurrió un cambio que afectó la conectividad de la zona con el resto de país: en 1954 el tren chico hacía su último viaje a Colbún. Tiempo después, la embotelladora cerraba sus puertas, dejando sin empleo a sus trabajadores. Las décadas de 1970 y 1980 fueron tiempos difíciles para las familias de Rari y Panimávida, pues muchos hombres no encontraban trabajo y la vida en el campo se hacía cada vez más difícil. Debido a ello ocurrió la migración -especialmente de los más jóvenes- hacia la ciudad en busca de educación y mejores oportunidades laborales. En 1989 un incendio destruyó parte de las edificaciones del Hotel Termas de Panimávida, que tuvo que cerrar sus puertas hasta su reinauguración en 2006.
Valorización de la artesanía de Rari
A partir de la década de 1990 la artesanía en crin de Rari comenzó a adquirir mayor difusión. Con el apoyo de diversas ONG y entidades gubernamentales, las artesanas comenzaron a organizarse. De tejer solas en sus casas, tratando de obtener las materias primas y de vender sus productos, surgió la idea que unidas podrían lograr lo que no habían podido conseguir de manera individual. Grandes logros en esta dirección fueron la importación directa del ixtle a Rari[3] y la organización formal de agrupaciones de artesanas en Rari y Panimávida. Los esfuerzos dieron sus frutos: en 2010 obtuvieron el reconocimiento como Tesoro Humano Vivo[4] y cinco años después la localidad fue declarada “Ciudad Artesanal del Mundo” por el Consejo Mundial de Artesanía (World Crafts Council). Esta distinciones han permitido visibilizar el trabajo de las artesanas y soñar con nuevas posibilidades: han invertido en señalética para que los visitantes puedan acceder con mayor facilidad al pueblo, han aprendido de contabilidad y a usar smartphones y computadoras para poder vender mejor sus productos. Con la creatividad que las caracteriza hace generaciones, han hecho frente a los desafíos de los nuevos tiempos y ampliado la gama de sus productos, manteniendo vivo un arte único e irrepetible.
Las etapas de un minucioso trabajo
Para María Inés Baeza, artesana de crin de Panimávida, es un orgullo realizar cada una de las etapas en la elaboración de sus piezas, pues además de las figuras vende los materiales para confeccionarlas. El primer paso es lavar la crin antes de usarla:
“El crin tiene que lavarse muy bien. Yo por lo menos, lo lavo tres veces, lo enjuago bien, lo pongo en Fuzol, para que blanquee, 6 a 8 horas, y después se enjuaga bien enjuagadito… después se hace una salmuerita, con agua y sal de costa, se pone a hervir, se le coloca la anilina y se le echa una gotita de limón o vinagre. Eso es para que le de brillo al crin. Se deja 5 minutos, con reloj en mano, porque si lo deja más se le puede quemar el crin, eso es todo. Después se deja enfriar para después enjuagarlo, bien lavado. No se puede enjuagar caliente... Luego se tiende, se seca y luego vamos tejiendo…”
Un aspecto importante es que no todas las crines se tiñen: “Se tiñen exclusivamente las colitas blancas. El negro, el marrón y el gris se tejen naturales. Se lava bien y se teje natural. Son los colores naturales…”, destaca la artesana.
Para el delicado trabajo las mujeres usan únicamente sus manos, como enfatiza María Inés: “Lo que nosotros usamos son nuestras manos, una tijera y una aguja, nada más”. Las piezas se confeccionan por partes: con la fibra vegetal se realiza el armazón de la figura y luego se teje con la crin: “se teje con la colita del caballo uno por uno, tiene su proceso” explica la artesana y añade orgullosa: “con la artesanía de crin mundialmente le ganamos a todo, porque es pelo por pelo lo que hay que tejer. Es mucho, es un trabajo muy delicado”. Cada pieza requiere de mucho tiempo, dedicación y creatividad. Riendo María Inés recuerda: “Yo tenía un tiempo en que soñaba y tenía que levantarme a las 2-3 de la mañana a hacer el artículo para que no se me olvidara, ¡en serio! Para un encargo hice 200 pares de aros y ninguno repetido ¡imagínese como tuve que maniobrar para no repetir!”
La artesanía en crin: fuente de apoyo
A lo largo de su historia y hasta el presente, la artesanía en crin ha sido una importante fuente de ingresos para las mujeres de Rari y Panimávida, pues gran parte de los hombres trabajan esporádicamente en los campos o en las minas de la zona y en otras regiones. Pese a ello, la artesanía generalmente es una actividad adicional a otras labores o trabajos, por lo que aprovechan cada minuto libre para tejer: algunas temprano en la mañana, otras después de almuerzo o en la noche. María Inés trabaja en la noche durante horas. Pone la televisión, pero no la mira, sólo la escucha mientras dedica toda su atención a sus manos: “Yo desde los 8 años de edad que estoy tejiendo. A mí es lo único que gusta. Yo quisiera tener mucho tiempo para tejer mucho, porque me gusta lo que hago.”
El amor por este arte también se encuentra ligado a la conciencia de que ha ayudado a las familias a salir de apuros en los tiempos difíciles, como explica Patricia Sepúlveda: “Respetamos nuestra artesanía como a nosotras mismas, confiamos en ella para ayudarnos, nos entrega compañía, nos relaja, nos distrae, nos ayuda económicamente, nos da salud, porque nos levanta el ánimo y nos valoriza. Por eso la queremos y mantenemos y no deseamos que desaparezca"[5].
*Este es el cuarto de una serie de artículos e investigaciones dedicadas a los oficios tradicionales, obra de nuestra gran colaboradora Christine Gleisner @christine_gv
[1] En 1930, se declaraba orgullosamente que la embotelladora había dotada de un gran frigorífico y que podía despachar diariamente mil cajones (48,000 botellas). Fuente: Diario La Nación, 30 de enero de 1930, p. 14. Disponible en: http://culturadigital.udp.cl/cms/wp-content/uploads/2018/10/LN_1930_01_30.pdf
[2] Slavia San Martín, Rari, las manos que vuelan, AAGRAG Service, Linares, 1999, p. 14
[3] Fundación Superación de la Pobreza, Rari, urdiendo su historia, Un documental de Servicio País. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=8cVm4Zeci3I
[4] Reconocimiento oficial del Estado de Chile a personas y grupos que han realizado significativos aportes a la salvaguardia y cultivo del patrimonio inmaterial del país.
[5] Slavia San Martín, Rari, las manos que vuelan, AAGRAG Service, Linares, 1999, p. 19