De manos de Monjas a manos de Loceras

De manos de Monjas a manos de Loceras

De manos de Monjas a manos de Loceras Reviviendo el pasado de la Loza Policromada

Hoy les queremos compartir este interesante libro de la de la agrupación “Huellas de Greda”, dedicada al rescate de la Loza Policromada Talagantina. Diseñado por Pilar Labra G. con fotografías de Claudia PM Santibañez y con la colaboración del Museo Arte Colonial San Francisco, la Corporación Cultural de Talagante, el Museo del Carmen de Maipú y el Museo de Artes Decorativas MAD.

El libro aborda desde una perspectiva histórica el Desarrollo de la Loza Policromada, heredera de la tradición de la Cerámica de las Monjas Claras, “una valiosa manifestación artística de creación popular y flamante estética” como definen sus autoras y con lo cual estamos completamente de acuerdo!

Una mirada de mujeres loceras a mujeres loceras para darle vida, consistencia y reconocimiento al Patrimonio de la Loza Policromada. Les compartimos la introducción mas abajo, y el libro complete se puede descargar del sitio de Memoria Chilena.

Breve historia de las Monjas Claras

El inicio de esta Congregación Franciscana en Chile data alrededor de 1570, al establecerse en la ciudad de Osorno. “Las fundadoras fueron españolas, hijas o nietas de españolas.”[1] En 1601 se produjo una rebelión indígena que obligó a las monjas a huir a Castro. Luego de un difícil y largo viaje arribaron a Santiago, aproximadamente en 1603, instalando su convento en el lugar donde hoy se encuentra la Biblioteca Nacional a los pies del cerro Santa Lucia. En 1678 se produjo una división en la Congregación, creándose la de las Clarisas de nuestra Señora de la Victoria, separándose definitivamente de la de las Claras de la Cañada, a quienes se atribuye el trabajo de la cerámica. La historia habla de muchas penurias y pobreza material que sufrió la Congregación. Si bien el objetivo inicial de la confección de la cerámica era el de ser un regalo para autoridades religiosas, civiles y benefactores del Convento, la necesidad hizo que éste comenzara a ofrecer sus productos artesanales y culinarios a la comunidad.

“remedando de alcorza lo natural de las frutas, tan al vivo que equivocan la vista y engañan pensando que son frutas naturales”

“Para costear la reconstrucción (del monasterio destruido por los terremotos) las monjas arrendaron algunas dependencias, rodeándose el monasterio de tiendas y baratillos; posiblemente fue en un de los locales donde se vendieron las exquisiteces que preparaban las religiosas,...y las ollitas de las Clarisas”[2]. Las Monjas Claras, además de sobresalir en el arte cerámico lo hicieron en el de la cocina, la costura, la fabricación de flores artificiales, el cultivo de plantas y flores que alcanzaron fama. Otra tarea similar al modelado de cerámica fue el trabajo con una pasta de azúcar llamada alcorza, con la que hacían figuras que imitaban loza o frutas (“remedando de alcorza lo natural de las frutas, tan al vivo que equivocan la vista y engañan pensando que son frutas naturales”[3]).
Pero no sólo las monjas manufacturaron las cerámicas, ya que las diversas actividades eran compartidas por toda la comunidad que convivió en el convento. Para empezar estaban las esclavas: “... es digno de anotar para nuestro caso lo relativo a la dote de las religiosas, pues consistía, en parte, en el aporte de esclavas al ingresar al convento. Estas esclavas no pertenecían al convento mismo, sino a las monjas que las habían llevado y con el carácter de criadas”[4].

Por otro lado, en aquella época no había educación formal, menos aún para las mujeres, por lo cual los conventos cumplían también la función de centro educacional. “Era costumbre admitir niñas pequeñas para criarlas y educar a otras de mayor edad, especialmente a las de familias distinguidas, ya que esos conventos eran el lugar indicado para que practicasen, junto con una vida virtuosa, el cultivo de conocimientos indispensables para su época...”[5].

A pesar que no era propio del esta Congregación el convivir con seglares, debido a la necesidad que hemos comentado, en ambos monasterios se aceptó el ingreso de “damas que buscaban refugio, pequeñas educandas y sirvientas que acompañaban a sus señoras”[6]. Estos antecedentes referentes a la composición de la comunidad conventual resultan muy importantes, ya que tanto las niñas y mujeres que entraban para ser educadas o acogidas, como las esclavas, salían del convento con todos los conocimientos de los que haceres aprendidos (las esclavas o sirvientas eran “liberadas” al casarse o al morir su “dueña”).

La cerámica de las Monjas Claras

Esta cerámica consiste en piezas pequeñas de alfarería policromada, perfumada y adornada con flores y pájaros. Un informe salido del mismo monasterio en 1945 nos habla del origen de este arte y establece que “el trabajo de dicha cerámica se remonta a los tiempos mismos de la fundación del convento, por los años de 1604 mas o menos, y tiene su origen la receta en España en los tiempos en que esta estuvo bajo la invasión morisca, y de ellas la aprendieron las mujeres españolas de las cuales vinieron muchas a Chile con los conquistadores, haciéndose varias de ellas religiosas clarisas”[7].

Un estudio más profundo podría determinar hasta que punto este arte se adhiere estéticamente a la cerámica española-morisca y hasta donde llegó la inventiva de las monjas. Sin embargo, tras una breve mirada a este arte europeo, y también a las piezas producidas en ese continente en el siglo XVII, en el contexto de la estética barroca las Monjas Claras fueron de una infinita creativa, plasmando en su cerámica el concepto de vida conventual durante un periodo de 300 años, en los cuales surgieron técnicas que derivaron en estéticas propias que se mantuvieron a pesar de los cambios históricos sociales que ocurrían en pleno Santiago primero colonial y después republicano.

Sin duda esta artesanía se debe catalogar en la corriente del Barroco Colonial. “... el barroco viene a trastocar ese sentido utilitario (del renacimiento) ya que los elementos se `independizan` del sentido meramente funcional, para erguirse como recursos por si mismos.”... “... evidencia la autonomía de los elementos que una vez `libres` buscan resaltar y como consecuencia se establece un todo aparentemente atiborrado...lo barroco busca la tensión y el limite como recurso expresivo”[8].
Las piezas más pequeñas miden de 1 a 7 cms., conocidas como “pulgas”, y cumplen un fin puramente decorativo. Consisten en jarros, mates, teteras, braseros, juegos de te, tazas, floreros y figuras de animales. De tamaño normal y utilitario estaban los mates, muy adornados con flores y aves sobresalientes unidas a la pieza por alambres. También los existía con decoración de hilos de plata, cintas y géneros sobre alambres.
“...Consistían en mates, sahumadores en forma de paloma, teteras de tipo llamado pichel...; a esto se agregaban braseritos con su tetera, un tipo de tazas muy decoradas con flores en relieve y otras hechas independientemente, también de greda, y que sostenidas por finos alambres en espiral, que les daban movimiento, armaban artísticos racimos. A estos se les solía agregar una figura de paloma suspendida también sobre alambre”[9].
A pesar de las características sobresalientes de esta alfarería ornamental, lo que más destacó en su época fue el perfume.
“Esta cerámica, que tanto llamaba la atención de la época, contenía el secreto mejor guardado de la época, su olor... y su sabor. Aquellas piezas, cocidas a muy baja temperatura, eran puestas sobre braseros donde expelían su olor, se utilizaban para brebajes calientes, como el mate, el cual era enriquecido con el enigmático aroma, en incluso eran masticadas por las damas de época en reuniones sociales. Se decía que tenían capacidad expectorante y era sinónimo de placer para quienes poseyeran una de estas piezas”[10].
A comienzos de 1900 ya no se confeccionaba la cerámica y se reseña que ya se había perdido la receta del perfume. En 1898 se registra la última reclusa que confeccionó esta cerámica en el convento fue Sor María del Carmen de la Encarnación Jofré, que falleció en 1898, a la edad de 57 años, quien ingresó al monasterio en 1851. Se sabe que trabajó todavía en este arte ocho años antes de fallecer.

[1] Bichón, p. 17.

[2] Antología de Talagante, p. 98.

[3] Bichón, p. 18.

[4] Bichón, p. 14.

[5] Bichón, p.16.

[6] Antológia de talagante, p. 98.

[7] Bichón, p. 25.

[8] “Persistencia Barroca”, Asociación Joya Brava, Santiago, 2014.

[9] Bichón, p. 33.

[10] Cerámica policromada metropolitana, p. 17.

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