Resulta fácil enamorarse de los canastos, individuales y otras piezas tejidas en fibras vegetales por Ana Iturra. Sus creaciones se distinguen por sus finas terminaciones y un tejido compacto y elegante, en el que se entrelazan distintas tonalidades de blanco y verde muy suave, que en cada pieza son únicas. La artesana es originaria de Los Ángeles. Cuando se casó, se mudó al campo a Nepi -ubicado en la costa de la Región del Bío-Bío-, donde echó raíces. Fue allí donde aprendió el arte de la cestería de una tía nacida y criada en la zona. Actualmente, la artesanía forma parte importante de la vida de Ana, así como también es su principal fuente de ingresos.
El cultivo de la ñocha
En la Provincia de Arauco la cestería tradicional mapuche se ha mantenido vigente a lo largo del tiempo, donde se emplea principalmente ñocha (Bromelia sphacelata) en la creación de piezas. Tal como señala Ana, esta especie nativa antiguamente se cosechaba en las montañas, pero con las plantaciones de eucaliptos fue desapareciendo. Actualmente, la artesana, como muchas otras familias de la zona, cultiva esta planta en su campo: “Nosotros nos hicimos un invernadero, pero en vez de nylon es de malla negra. Tiene como 9 metros de largo por 3 ½ de ancho”, explica. Luego de cinco años, Ana pudo cosechar las primeras hojas: “La planta tiene un crecimiento lento. Ella necesita harta agua y sombra. Donde yo vivo, no hay tanta agua ni tanta sombra, entonces es más complicado”, señala. Pese a las dificultades, hoy la artesana cuenta con suficiente material para sus trabajos.
Entusiasmada, Ana detalla los principales pasos en la cosecha y preparación de las fibras vegetales:
Se sacan las hojitas que están más adentro, las más suaves, porque las de afuera están muy tiesas y no sirven porque se parten. De ahí se pone un fondo a hervir con agua y ceniza. Las hojas se van pasando por el agua y la ceniza. Luego se dejan al sol hasta que se blanqueen. La hoja cuando uno la saca es verde y cuando está buena queda blanquita. Para que la ñocha se seque y quede blanquita son unas tres semanas, si es que hay sol… Después se guarda como una humita en una bolsita para que no se reseque. De ahí se va trabajando.
La ñocha tiene espinas por ambos lados, por lo que es fundamental retirar todas las espinas con especial cuidado. Otro paso importante es la obtención las hebras de ñocha. Con este fin, la artesana adapta agujas para coser sacos con las que parte las hojas.
Tejiendo en espiral
Ana aprendió la tradicional técnica de aduja o espiral, una de las más simples y antiguas, que requiere de dos tipos de fibras vegetales: uno más consistente, empleado “para formar el esqueleto o interior y las hebras vegetales para recubrir y amarrar, cuya cualidad esencial debe ser la flexibilidad”. La artesana emplea la ñocha por fuera y como relleno la amófila, una planta que recolecta en la orilla del mar, cuyo secado requiere de especial atención: “Esa demora más que la ñocha en secar porque son como varillitas y es más gruesa. Si se trabaja húmeda le salen hongos al trabajo”, destaca.
En la técnica de aduja, los manojos de amófila se recubren con las hebras de ñocha, las que se tejen en espiral a su alrededor, al tiempo que le dan la forma a la pieza. Ana trabaja además con un tronco y un martillo: “El tronco se usa para dar la forma. Hay que ir machacando la pieza con el martillo”, explica la artesana. El tejido es un proceso que requiere de tiempo y paciencia, como destaca Ana: “Hay que esperar que esté todo sequito y todo vaya quedando parejito”.
Los secretos de una pieza bien hecha y duradera
Para Ana, la correcta preparación de las fibras es clave para una pieza bien hecha y duradera. Antes de comenzar a tejer, la ñocha se debe humedecer, para lo cual se manguerea o se deja la noche anterior afuera, en el rocío. Al día siguiente, la fibra se limpia y recién entonces adquiere una textura suave, necesaria para comenzar a trabajar. Al respecto, la artesana señala: “Un trabajo bien hecho queda blanquito. Cuando la ñocha no se seca bien queda amarilla. La ñocha como es verde-verde y deja tonos blanquitos con tonos verdes. Al mirar los trabajos de lejos se ven como varias tonalidades, así debería quedar”. Ana presta especial atención a las terminaciones, para lo cual emplea una tijera con punta fina.
La artesana considera que muy importante explicar a sus clientes cómo cuidar sus piezas, lo cual está muy ligado a las características que tienen ambas fibras:
La pieza se puede limpiar con un paño húmedo y luego se pone al sol o donde esté temperado. Si la lava, la mata, porque el relleno absorbe el agua. El trabajo no puede estar en un lugar húmedo, como la cocina, por ejemplo, donde hay vapor. Cuando se humedece se empieza ennegrecer y le salen hongos. Por eso, estos trabajos hay que ponerlos en lugares sin humedad. Es bueno poner las piezas al sol de vez en cuando, no siempre si, si no se pone amarilla. Cambia el color.
Nuevas formas y colores
A lo largo de los años, Ana ha perfeccionado la técnica y explorado nuevas formas y colores. Entre sus piezas más tradicionales destacan los llepu, un tejido circular y compacto, empleado durante siglos por las comunidades mapuche para aventar los granos. Como destaca la artesana, sus creaciones “son más de decoración, porque en el campo se usan para limpiar papas y otras cosas y son más gruesos”. La artesana confecciona muchas otras piezas, como fruteros, individuales, maceteros, papeleros, pantallas de lámparas y confecciones a pedido. “Si alguien me pide una forma especial, lo hago. Por ejemplo, si me hace un dibujo de una panera especial que quiere y me pone las medidas, yo lo hago”, relata Ana orgullosa. Entre las innovaciones destacan las paneras con bordes de vivos colores, para lo cual la artesana tiñe la ñocha con una anilina especial para vegetales.
Un oficio que requiere paciencia y cariño
Ana es la única de la familia que se ha dedicado a la cestería. Entre risas, recuerda que algunos de sus familiares intentaron aprender: “Te ayudo -me dicen-, pero nooooo… ¡Me dejan la embarrada! Es que hay que tener la paciencia y también tiene que gustar el trabajo. Porque si a uno no le gusta, no resulta”, destaca y agrega: “Mis tres hijos me ayudan a recoger el material, pero sentarse a trabajar, ninguno… ¡No quieren nada con la ñocha!”, afirma la entre risas.
Gracias a su oficio, Ana cuenta con una importante fuente de ingresos: “Tengo tres hijos, dos estudiando en la universidad. La artesanía me genera lucas para apoyarlos. Hay gente que trabaja por las lucas, pero a mí me gusta, me entretiene y se pasa rápido el tiempo, especialmente en el invierno”. La artesana trabaja durante todo el año: “Preparamos el material en el verano y trabajamos en el invierno”, aclara. Ana aprovecha los ratos libres para tejer. Los días de lluvia son ideales para avanzar, ya que puede concentrarse en el trabajo.
Respecto a la venta de piezas, la artesana señala con algo de preocupación:
En el invierno no se vende nada, porque no anda nadie ¡Están todos encerrados! Es el problema de las artesanas: no pueden vender en el invierno, salvo que se tenga algún pedido. Hay locales donde se vende artesanía, pero son poquitos, no le pueden comprar a todas las artesanas y tampoco venden en el invierno.
Actualmente Cordillerana es el principal comprador de las creaciones de Ana. Gracias a estos pedidos, la artesana puede trabajar con la tranquilidad de contar con ingresos estables y la satisfacción que las piezas que teje con tanta dedicación y cariño adornarán a más de un hogar.
Artículo por: Christine Gleisner
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Noelia Carrasco y Valentina Cisterna, Cestería mapuche: usos y prácticas culturales, Bajo la Lupa, Subdirección de Investigación, Servicio Nacional del Patrimonio Cultural, 2019. Disponible en: https://www.museomapuchecanete.gob.cl/sites/www.museomapuchecanete.gob.cl/files/2021-09/Cesteri%CC%81a%20mapuche-%20usos%20y%20pra%CC%81cticas%20culturales.pdf [fecha de consulta: agosto de 2023].
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Loreto Rebolledo, Huentelolén cestería mapuche. Ediciones Cedem, Santiago. Disponible en: https://biblioteca.org.ar/libros/210331.pdf [fecha de consulta: agosto de 2023].
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La amófila o barrón (Ammophila arenaria), es una gramínea herbácea que fue introducida a Chile a mediados de la década de 1950. Fue utilizada con éxito en la década siguiente en el primer programa de control de dunas desarrollado en Arauco. Santiago Barros y Juan Orlando Gutiérrez, Control y Forestación de dunas costeras en Chile, 2011. Disponible en: https://revista.infor.cl/index.php/infor/article/download/358/360/400 [fecha de consulta: agosto de 2023].