Las tejedoras aymara, herederas de una tradición milenaria

Las tejedoras aymara, herederas de una tradición milenaria

¿Cómo no admirar los aguayos, esas grandes mantas de suave lana finamente tejida, a veces de vivos colores, a veces en tonos naturales? Estas piezas artesanales sin duda son un hermoso objeto de decoración y a su vez son portadoras de una tradición milenaria, que ha sido trasmitida por generaciones de tejedoras del desierto de Atacama

El arte textil es probablemente lo que más se identifica con los aymara, pueblo originario que tradicionalmente ha residido en el norte de Chile, en las regiones de Arica y Parinacota y Tarapacá. Tradicionalmente agricultores aymara habitaban las fértiles quebradas y valles precordilleranos de la depresión intermedia, mientras que las tierras altas del altiplano o puna, a más de 4.000 metros de altura, fueron ocupadas por pastores de llamas y alpacas. La rica tradición textil aymara data de tiempos precolombinos y da cuenta de una larga historia de adaptación e influencias andinas.


Pequeño esbozo histórico de los aymara

Históricamente, los aymara descienden de distintas etnias que estuvieron primero bajo la influencia del Estado Tiwanaku a partir del siglo IV d.C. y que posteriormente formaron señoríos independientes que cayeron bajo dominación del Imperio Inka cinco siglos después. Luego de la conquista española, la estructura social y económica aymara sufrió grandes transformaciones. Tras la Guerra del Pacífico, las actuales regiones de Arica y Parinacota, Tarapacá y Antofagasta se anexaron a la joven República de Chile, la que buscó inculcar la identidad nacional y la cultura cívica a los grupos indígenas, ignorando tradiciones culturales de estos pueblos.
Desde la década de 1970, se intensificaron las migraciones de los aymara –principalmente de las comunidades agricultoras– hacia los centros urbanos de Arica e Iquique. Las comunidades ganaderas de altura, por su parte, permanecieron en el altiplano o bien ocuparon los espacios que habían quedado abandonados en las tierras bajas. Pese a haberse establecido en las ciudades, muchos aymaras continúan vinculados a sus lugares de origen a través de las actividades ligadas a la agricultura y regresan a sus pueblos natales para participar de las costumbres y celebraciones tradicionales, como las fiestas patronales, el Carnaval o el floreo del ganado en la que se agradece a la Pachamama o Madre Tierra por los animales y se pide que los proteja y se reproduzcan.
A diferencia de las comunidades agricultoras, que estuvieron más expuestas a las influencias foráneas, los pastores del altiplano lograron mantener con mayor fuerza sus tradiciones y costumbres, lo cual se ve reflejado hasta hoy en día en la mantención de la lengua: mientras que en las tierras altas predomina el uso de la lengua aymara, en los valles y en las ciudades se habla mayormente español. Son estas comunidades ganaderas también, las que ha custodiado la tradición textil hasta nuestros días.

 


La tradición textil

Los tejidos aymara destacan por su finura y la utilización de colores fuertes como el fucsia, el verde, el amarrillo, el rojo, el azul y el celeste, los que se combinan con tonos naturales, como el blanco, el café, el gris y el negro. Antiguamente era común el intercambio de tejidos por productos agrícolas de los valles y quebradas.

La textilería tradicionalmente tenía fines utilitarios y ceremoniales. Antes de la conquista española, hombres y mujeres usaban camisas de lana de camélidos que amarraban a la cintura con una faja de lana. Hoy, la vestimenta tradicional ha caído en desuso y sólo se viste con ocasión de fiestas y actividades rituales: la mujer usa un aksu, paño negro o café oscuro de lana compuesto de dos piezas unidas, que llega más abajo de las rodillas. Antiguamente se sujetaba con tupus o alfileres de plata. A la cintura se usa una colorida waka o faja tejida. A los hombros se ata una manta rectangular de tejido fino y varios colores llamada llijlla o aguayo que tradicionalmente era empleado por las mujeres para cargar sobre sus espaldas a los niños pequeños, así como también mercadería durante los viajes. Los hombres actualmente ya no usan vestimenta tradicional, aunque en las fiestas llevan una lljlla atada sobre el terno y ponchos. Especialmente los alférez -hombres que asumen la organización y financiamiento de las celebraciones- usan un fino poncho de lana de alpaca.


Las piezas de mayor elaboración y finura, por su parte, se reservaban para fines ceremoniales, como es el caso de las chuspas o pequeñas bolsas que se cuelgan al cuello para guardar hojas de coca y los pequeños manteles de uso ritual llamados inkuña.

 


El arte del tejer

Las mujeres aymara aprendían desde pequeñas el oficio del hilado, torcido y tejido de la lana, heredado de generación en generación. En la adolescencia, ya manejaban las principales técnicas textiles y de bordado, con el fin de reforzar y adornar las prendas.


Cada pieza textil da cuenta de un largo proceso, que se inicia con el pastoreo de los animales en los bofedales y tierras altas del altiplano. Luego de la esquila, las mujeres seleccionan la lana de llama o alpaca -a las que se sumó la oveja- según su tipo, color y calidad, que luego hilan con un pequeño huso de madera, actividad que muchas veces realizan mientras cuidan sus animales. Para el tejido se emplean dos tipos de telares. El más pequeño data de tiempos prehispánicos: es un telar de cintura y se destina para la confección de prendas pequeñas y elaboradas, como por ejemplo las fajas. El más grande, introducido luego de la conquista española, se encuentra fijado al suelo por cuatro estacas. Para comprimir la lana en el telar grande, se usa la vichuña, una pequeña herramienta de hueso, similar a un punzón, con un extremo terminado en punta. Una vez concluida la pieza, se cosen o bordan los detalles.


Cada tejido da cuenta de la rica cosmovisión andina, en la que se entretejieron a lo largo de los siglos distintas influencias, siendo las más fuertes la de los imperios Tiawanaku e Inka. La forma de combinar líneas y colores da cuenta de un complejo lenguaje visual que la tejedora trasmite en cada una de sus piezas.

*Este es el primero de una serie de artículos e investigaciones dedicadas a los oficios tradicionales, obra de nuestra gran colaboradora Christine Gleisner @christine_gv ¡Bienvenida!

Regresar al blog